Con medio siglo de vida encima, Antonia Ardón camina a la orilla de la carretera en el caluroso este de Guatemala, después de salir de Honduras, con la misión de llegar a Estados Unidos y ayudar a sus 13 hijos desempleados.

El amor de esta madre hondureña por sus hijos de entre 17 y 40 años la llevó a salir de su poblado de Dolores, en una segunda caravana de migrantes que huyen de la violencia y pobreza en Honduras y esperan alcanzar nuevas oportunidades en Estados Unidos.

“Quiero ganar pistillo (dinero) para mandarles a ellos”, dice a la AFP Ardón, mientras junto a sus compatriotas hace una pausa en el camino al encontrar a un grupo de vecinos que les ofrecen alimentos en la población oriental de Usumatlán.

Desde el sábado pasado, unos 1.500 hondureños -según la oficina local de Derechos Humanos- de diferentes regiones entraron a Guatemala, siguiendo a una primera caravana masiva que salió el 13 de octubre de la ciudad de San Pedro Sula, en el norte de Honduras.

Ese primer éxodo ya marcha en el sur de México, después de que el viernes la mayoría cruzó en forma ilegal el río Suchiate desde la frontera guatemalteca de Tecún Umán a la mexicana Ciudad Hidalgo. Unos 7.000 hondureños nutren la columna humana, de acuerdo con estimaciones de la ONU.

La segunda oleada que camina por Guatemala, y en la que también se cuentan niños pequeños, ya se ha fragmentado en grupos que avanzan a pie o aventón, buscando llegar a Tecún Umán y otros pasos fronterizos.

“En Honduras hay comida pero cara, y no hay dinero ni trabajo para comprarla”, lamenta Ardón, que pese a lo extenuante de las largas caminatas afirma sentirse “de 18 años”.

Sentada entre tierra y piedras, come un bocado de tortillas de maíz, arroz y pollo para recobrar energías y seguir la travesía.

“Primero Dios llegó hasta Estados Unidos, el señor me abrirá puertas”, agrega la hondureña, quien se aferra a su fe y recuerda el éxodo hebreo referido en la biblia.

“Como Moisés apartó las aguas del Mar Rojo y pasó el pueblo de Israel, así lo declaro yo también”, dice.

En Honduras cerca de siete de cada 10 personas vive en condiciones de pobreza. Además, la nación centroamericana es azotada por una ola de violencia criminal con 43 homicidios por cada 100.000 habitantes, según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional de ese país.  

Desempleo, precariedad y violencia impulsan a hondureños a huir a EEUU

Al borde del llanto, Glenda Lagos, de 45 años, lamenta que su hija de 17 haya partido para unirse a la caravana de migrantes hondureños en ruta a Estados Unidos, huyendo del desempleo y la precariedad en un barrio plagado de pandilleros.

Belckys Lagos se fue de su casa el 16 de octubre con el objetivo de sumarse a los miles que por entonces atravesaban Guatemala, porque “aquí no hay trabajo y hay mucha violencia”, afirma Glenda a la AFP en su maltrecha vivienda en la colonia ‘Los Pinos’, periferia este de Tegucigalpa.

La caravana de unas 2.000 personas salió al alba del 13 de octubre de la violenta ciudad de San Pedro Sula, 180 km al norte de la capital hondureña, con pretensiones de alcanzar el ‘sueño americano’.

Muchos más se fueron sumando en el camino, como lo hizo Belckys Lagos. La ONU estima que ya son alrededor de 7.000.

Su salida desató una avalancha de amenazas del gobierno estadounidense, que los acusó de “criminales y terroristas”, mientras que el presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, los señaló de recibir ayuda de políticos opositores para generar “ingobernabilidad”.

Varios integrantes de la caravana dijeron a AFP que viajan a Estados Unidos en busca del empleo que se les niega en su país y para escapar de las violentas pandillas que les han matado parientes, en medio de la impunidad por el desbordamiento del crimen y el narcotráfico.

Son los mismos motivos que esgrime Glenda frente a la partida de su hija, según el testimonio que brindó en su covacha, construida con restos de fibra de cemento, madera y láminas, en la falda empinada de un cerro al que se llega sorteando unas gradas esculpidas en laja.

– Vida hacinada –

En los alrededores de su barrio, un grupo de jóvenes pandilleros huye del puesto de venta de drogas en una esquina al confundir un vehículo con uno de la policía de investigación.

“Yo también me iba a ir con dos niños de seis y doce años pero tuve un problema”, cuenta Glenda, aunque reconoce que si pudiera le pediría a su hija que regrese, porque está “viendo muy fea la cosa”, con las amenazas del presidente estadounidense Donald Trump de rechazarlos.

La mujer vive con sus seis hijos, incluyendo dos varones de 22 y 20 años, en la maltrecha casa de unos cinco metros cuadrados, donde resaltan dos camas y una pequeña cocina con una estufa de gas con dos quemadores.

El gobierno “no nos está apoyando, no miran al pobre”, que tiene que arreglárselas como pueda, reclama. Ella trabaja cuidando al niño de dos años de una vecina que le paga unos 82 dólares al mes, con los cuales tienen que vivir los siete miembros de la familia.

Al pie de la ladera donde se ubica la casa de Glenda vive Luisa Mejía, de 66 años, cuyo nieto Carlos Lagos, de 19 años, se marchó  también por la falta de trabajo.

“Tengo esperanzas de que me ayude, él me dijo que me iba a ayudar”, dice la mujer que vive con su hija Julissa, de 25 años, en su vivienda de paredes de barro y techo de láminas.

“Lo que hacemos es echar tortillas (de maíz) para no aguantar hambre. Con lo que hace en el día uno come”, se consuela.

– Estigmas –

Linder Reyes, un desenvuelto joven de 25 años que trabaja como voluntario de la asociación filantrópica de asistencia humanitaria a los vecinos Compartir, asegura que la gente emigra por la falta de empleo y por la violencia.

“Muchas comunidades están catalogadas como de alto riesgo social y (los empleadores) tienen estigmas hacia nosotros, que somos delincuentes, pandilleros, mareros, ladrones”, entonces no dan trabajo, sostiene.

Considera que si en Honduras “hubiera empleos dignos y de calidad, la gente no se iría”.

Según el Ministerio de Trabajo, el desempleo afecta al 7% de los cerca de nueve millones de habitantes de Honduras. Pero el peor problema es el subempleo, que alcanza a 44% y deja a las familias sin ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas.

Cerca de siete de cada diez personas cae bajo la línea de pobreza en este país, donde la tasa de homicidios de 43 por 100.000 en 2018, según el Observatorio de la Universidad Nacional.

 

 

 

 

 

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